domingo, 19 de junio de 2011

TELEVISION Y FORMACION CULTURAL


Lo primero que diría es que el concepto de formación cultural tiene, en  lo que afecta a la televisión, un doble  significado, y espero  que  no  me consideren  sospechoso  de  pedantería  si diferencio  brevemente  entre  ambos significados.
Por  una  parte  cabe  hablar,  en  efecto,  de  televisión  en  la  medida  en  que ésta  sirve  de  modo  inmediato  a  fines  formativos;  esto  es,  en  la  medida  en que  los  objetivos  que  orientan  la  televisión  son  de  orden  pedagógico:  en  la televisión  escolar,  en  las  universidades  populares  que  imparten  televisivamente  sus  enseñanzas  y en  organizaciones  formativas  y educativas  de  tipo similar.  Por otra parte, hay algo así como  una función, formativa o no formativa para la consciencia de las personas que la televisión ejerce por sí misma y que, desde luego, no hay más remedio que admitir dado el ingente número de horas  que  se  dedican  a verla  y escucharla.  La  investigación,  sin  embargo, y tal  vez  sea  útil  decirlo,  aún  no  ha  encontrado  hasta  la fecha  una  respuesta específica  a  la  pregunta  tan frecuente ¿Qué efecto tiene realmente  la televisión sobre las personas?. Tal vez  podamos volver a hablar  luego sobre ello. Como sociólogo de la cultura he tenido que ocuparme de la televisión, sobre el efecto  de  las  emisiones  no  programadas  explícitamente  como  formativas,  es decir, ante todo sobre  las series y obras televisivas.  De entrada, quiero  dejarlo claro de una vez para que no discutamos sobre cosas acerca de las que no tenemos  por qué  discutir.  Tal vez  me esté  permitido  añadir  a ello  la observación de  que  a diferencia  de  lo que  se me  ha  reprochado  repetidas  veces, yo no  soy  enemigo  de  la  televisión  como  tal.  De  lo  contrario  no  habría  participado  en  programas  televisivos.
Mis  reticencias  afectan  más  bien  al  uso  que en  buena  medida  se  hace  de  la televisión, porque  creo  que  este  medio  contribuye, en muchas, cuanto  menos, de sus  realizaciones concretas, a difundir ideologías  y a orientar  de  un modo falso  la consciencia  de  las personas  que la contemplan.  Pero sería también  el  último  en  negar  que el  medio  televisivo contiene  un  potencial  enorme  de  cara,  precisamente,  a  la formación  cultural en el sentido de la difusión de una información clarificadora. Diría que un punto  de  partida  para  una  discusión  de  este  tipo  podría  venir  —al  menos,  para mí—  caracterizado  por  la  decisión  de  mantenerse  lejos  tanto  del  modo  de pensar de los que alardean de no permitir que entre en su casa una cosa así, como  del  de  los  que  dicen  "Soy  un  hombre  moderno  y,  en  consecuencia, conscientemente  superficial",  y deciden  frecuentar  la televisión  por  considerarla moderna. En principio, lo moderno  en la televisión es, sobre todo, la técnica  de  transmisión,  en  tanto  que  el  contenido  de  lo  que  ahí  se  muestra  es moderno o no, si corresponde o no a una consciencia avanzada.  Ésta es precisamente  la cuestión que habría que dilucidar  críticamente  en este contexto.
Ahora bien, pienso que el concepto de información  resulta, en principio, más adecuado  a  la televisión  que  el  de  formación  cultural, que  dudo  un  poco  en utilizar y que no guarda una relación demasiado  inmediata o cabal con lo que ocurre  en la televisión. Considero  también  que  la  información  va  siempre  más  allá  de  la  simple transmisión  de hechos cuando al contemplarse,  por ejemplo,  las escenas  del Parlamento  éstas  son  vistas  realmente  en  conexión  con  la  forma  en  que  el semanario  Der  Spiegel*  ha tratado  el asunto.  En la medida, pues, en que  no son  vistas  como  caídas  del  cielo, tiene  lugar  el  aprendizaje  de  una  manera mejor  de  ver,  de  una  manera  de  ver  capaz  de  reforzar  el  juicio  político,  la capacidad de enjuiciar  políticamente, muy superior  a la de quien  ha escuchado sólo  quién  sabe  cuán  largas  exposiciones  sobre  los  métodos  que  han de ser aplicados  para que un proyecto de ley se convierta  en ley. Por  lo  demás comparto  enteramente  la  tesis  de  que  habría que  enseñar  a ver  la televisión  a los espectadores. Pero, ¿"Cómo convertirse  en  un  buen  televidente?".  Una vez  eliminada,  si se  me  permite hacerlo, la ironía de este título, sin ofender por ello al lector,  sigue  con todo  latiendo  en él la cuestión  de fondo: cómo  hay que ver  la televisión  para  no dejarse  engañar,  esto es, sin sucumbir  a la televisión  como  ideología.  Con  otras  palabras: la  enseñanza  no debería  proponerse  sólo  capacitar a  los  espectadores  para  elegir  lo adecuado,  sino  que  debería  desarrollar  de entrada  sus  capacidades  críticas;  debería  poner  a  las  personas  en  condiciones  de  desenmascarar  ideologías,  por  ejemplo;  debería  ponerlas  al  resguardo de  identificaciones  falsas y problemáticas, y debería, sobre todo, protegerlas de esa propaganda general a favor del mundo que viene ya inmediatamente dada por la simple forma de estos medios, con anterioridad a todo contenido.
Entonces bien,  por  "televisión  como  ideología"  entiendo,  en  principio, simplemente lo que puede constatarse a propósito, sobre todo, de las series televisivas  norteamericanas,  de  las  que  tampoco  faltan,  ciertamente,  ejemplos entre nosotros. Apunto, en efecto, a su tentativa de inculcar en las personas la falsa  consciencia  y  las deformaciones  y ocultaciones  de  la realidad presentándoles  una  serie  de  valores,  como  tan  bellamente  suele  decirse,  de cuya validez positiva-efectiva les persuaden dogmáticamente, en tanto que la formación cultural de la que hablamos debería, por el contrario, capacitarlas para ponderar su problemática y formarse un juicio propio y autónomo al respecto. Más allá de ello hay que contar también con algo así como un carácter ideológico-formal de la televisión, con el desarrollo de una suerte de dependencia de la televisión  que acaba  haciendo  de ella, como también de otros medios, y en realidad ya por su mera existencia, el único contenido de consciencia, y que con la plétora de la oferta desvía a las personas de lo suyo y de lo que  realmente  les  afecta.  Contra  este  segundo  carácter  ideológico  más general de la televisión habría que vacunar, en la medida de lo posible, a las personas, antes de referirse a cualquier otra ideología concreta y determinada, mediante el tipo de iniciación en el uso de la televisión. Lo  que  hay,  naturalmente,  que  decir  al  respecto,  de  modo  muy general, es que  una institución tan prestigiada por la sociedad como  la televisión está, obviamente, comprometida  en su ontología  hasta  los tuétanos  con la sociedad.  Pero creo  que  hay que  procurar  no caer  aquí en  un pensamiento  mecanicista.  En  la  medida,  en  efecto,  en  que  en  la elaboración  de  los  programas intervienen  no pocas  personas  críticas y autónomas, que están  incluso  en la oposición, resulta posible ir hasta cierto punto  más allá de lo que  hay y superarlo  gracias  a  relaciones  personales  especiales  y  sobre  todo,  a  la  competencia técnica de personas que tienen aquí algo que  hacer y qué decir. Mientras  haya  personas  que  entienden  técnicamente  mucho  de  televisión,  que perciben  que  ciertas  piezas,  de  Beckett,  por  ejemplo,  resultan  más  apropiadas  al  medio,  y  que  tienen  energía  como  para  emitir  realmente "La  última  cinta"  de  este  autor  no  solo  acústica,  sino  también  ópticamente,  en  lugar  de  sagas  sobre  tales  o  cuales  familias  lugareñas,  que  en cada  región  se  llaman,  por  lo demás,  de  un  modo  distinto,  podemos  confiar en emisiones  que  superen  el nivel  general  de  la televisión  existente  hasta  el momento  y que  ayuden también  a la transformación  de  la consciencia  de  las personas.  La  solidificación  relativa  de  las  burocracias  en  el  seno  de  ciertas instituciones  de la industria cultural  permite, paradójicamente,  a estas instituciones  comportarse  de  modo  menos  conformista  de  lo que  sería  el  caso  de estar  bajo  un control  inmediato  aparentemente  democrático  Si  en    regiones infradesarrolladas  situadas  en  medio  de  países  altamente  desarrollados  los trogloditas salen de sus cuevas gracias a la televisión, yo me sentiría muy feliz por ello. Si  he  criticado  a  la  televisión,  mi  crítica  no  iba  contra  el hecho, pongamos  por caso, de que con la televisión  las cuevas de los trogloditas  pudieran  resultar  menos  acogedoras,  porque  prefiero  una casa higiénica a una cueva acogedora. Veo el peligro en cosas muy diferentes. Concretamente en que allí donde  la televisión  parece estar a la altura de los  requisitos de  la vida moderna, cuando  en realidad oculta los problemas  mediante  arreglos y desplazamientos  de acento, se genera siempre falsa consciencia. Que las  personas  aprendan  el  amor  en  la televisión,  no  me  parecería  ni  siquiera grave,  porque  de  vez  en  cuando  salen  en  la  pequeña  pantalla  chicas  muy guapas, y no veo por qué  no tendrían que enamorarse  de ellas
jóvenes  en la edad  de  la pubertad.  No  me  parece  peligroso. Aunque  aprendieran  modales eróticos  por  este  medio,  no  sería  ningún  inconveniente.  Valéry  dijo  una  vez que  el amor  se aprende  realmente  en  los  libros, y lo que vale  para  los  libros también tendría que valer  para la televisión. Por otro lado, es probable que quienes se enfrentan a los contenidos televisivos aprendan, eventualmente algunos modales, aunque  también  de  un modo muy externo y superficial, que  luego va mucho  más lejos, tal como  discurren los  genuinos  procesos  formativos,  de fuera  adentro  que  al  revés,  como  pretende la ideología. Pero no quiero dejar de indicar también lo que considero el peligro específico. Que es, ciertamente, algo  muy vencido  del  lado del contenido, de modo que no tiene ya nada que ver con el medio técnico. Se trata de esos productos televisivos indeciblemente falaces en los que en apariencia se debaten, discuten y presentan, sí, presuntos  problemas, o al menos, como tales calificados, dando la impresión de estar a la altura de los tiempos y de ofrecer a las personas la oportunidad de enfrentarse a cuestiones esenciales. Tales  problemas  son  deformados  por  la  vía  de  presentarlos  como  si  para todos ellos hubiese un remedio salvífico a mano, como si bastara con que la abuela buena o el bondadoso tío aparecieran por la puerta más próxima para recomponer  un matrimonio destrozado. Aquí lo tenemos: el espantoso mundo de los modelos y arquetipos de una "vida sana", que primero dan a las personas una imagen falsa de lo que es la verdadera vida y que les llevan luego a pensar que contradicciones  que llegan  hasta lo más profundo  de nuestra sociedad pueden compensarse y resolverse mediante las relaciones de persona a persona, como si la realidad toda dependiera de las personas. Creo que  incluso  ante  la  más  suave  de  estas  tendencias  a  la armonización  del mundo hay que reaccionar con el rigor más extremo, y que desenmascarando tales fraudes los intelectuales, tantas veces recriminados por su influencia disolvente, rinden literalmente un servicio a la humanidad.  
Quisiera añadir una reflexión estética. No cabe la menor duda de que lo importante en relación con la televisión es oponerse a la ideologización de la vida, y yo sería el último en rebajar  la exigencia. Creo, por el contrario, que la radicalizaría. Deberíamos, con todo, precavernos del malentendido de que lo que hemos caracterizado como consciencia  de  la  realidad  haya  de  ser  necesariamente  producido  con  los medios de un realismo artístico. Precisamente porque el mundo de esta televisión es una especie de pseudorrealismo, precisamente porque hasta el último aparato telefónico tiene que estar conforme y porque el público pondría en masa el grito en el cielo si en tales o cuales aparatos técnicos  aparecieran errores o fallos, es por lo que, contrariamente, en el medio televisivo la posibilidad de generar consciencia de la realidad viene en buena medida vinculada a la renuncia a limitarse a reproducir una vez más, simplemente, la realidad superficial  cotidiana visible  en la que desarrollamos  nuestras vidas. La mendacidad  de  la  que  hablábamos  antes  radica  en  el  hecho  de  que  esa armonización y ese falseamiento  de la vida no pueden ser  reconocidos por tener lugar entre bastidores. Utilizo la voz "bastidores" aquí en un sentido muy amplio.  Parecen  ajustarse  tan exactamente  a la  realidad, son tan  realistas, que  el  contrabando  de  la  ideología  es  introducido  furtivamente  sin  que se note,  y  las  personas  saborean  el  veneno  armonizador  sin  darse  siquiera cuenta de la operación de que son objeto. Es más, puede que crean incluso que se comportan a este respecto de un modo realista. Pues bien, es precisamente en este punto donde han de situarse las resistencias.
Quiero  llamar también  la atención sobre el hecho de que la televisión no debe ser considerada de modo aislado, puesto que no es sino un momento en el sistema global de  la actual cultura dirigida de masas,  industrialmente condicionada, a la que las personas están expuestas sin tregua en cada revista ilustrada, en cada quiosco  de prensa, en innumerables  canales  de  la vida, hasta  el  punto  de  que  la  modelación  global  de  la  consciencia  y  de  la subconsciencia  únicamente  puede  desarrollarse  a  través  de  la  totalidad  de estos  medios.  Mi propuesta  sería, realmente,  la de atenerse  en principio  a la figura del material y a su integración y ejercer desde ahí la crítica, sin confiarse en  la presunta validez  al  respecto  de los  métodos  positivistas, o lo que es igual, en que sus  efectos sobre  las personas  sean  hic  et nunc  (aquí y  ahora) tan  inmediatos  como  cabría  presuponer  de  acuerdo  con  el  análisis  de  este texto.  Quisiera, para acabar, y si no peco con ello de inmodestia, sacar aún de un modo más unilateral y con toda rapidez un par de conclusiones de nuestra exposición. En el  medio técnico de la televisión hasta el momento los contenidos y métodos, y cuanto ello comporta, son, aún, más o menos tradicionales. Desde el punto de vista del medio de comunicación de masas, la tarea a desarrollar  sería  la siguiente: encontrar  contenidos,  realizar  emisiones  que sean adecuadas, por su propia materia, a este medio, en lugar de buscarlos fuera en algún otro sitio. Creo que lo más fructífero de nuestro texto es que todas las cosas a las que nos hemos referido y de las que nos hemos ocupado positivamente, parecen estar en armonía con la especificidad tanto social como tecnológica de este medio de comunicación de masas, y que se oponen todos a los intentos de copiar o difundir luego ulteriormente, tanto en el orden del contenido como en el de la forma, cualesquiera bienes culturales tradicionales. Ahí es donde yo percibiría realmente algo así como un canon, como una pauta de aquello hacia lo que la televisión debe tender en su desarrollo si quiere seguir avanzando a partir del concepto de formación y no recaer, contrariamente, por debajo de él.
Tomado de "Television y Formacion cultural", ADORNO, THEODOR, en EDUCACION PARA LA EMANCIPACION, Conferencias y conversaciones con Hellmut  Becker  (1959-1969).

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