Lo primero que diría es que el concepto de formación cultural tiene, en lo que afecta a la televisión, un doble significado, y espero que no me consideren sospechoso de pedantería si diferencio brevemente entre ambos significados.
Por una parte cabe hablar, en efecto, de televisión en la medida en que ésta sirve de modo inmediato a fines formativos; esto es, en la medida en que los objetivos que orientan la televisión son de orden pedagógico: en la televisión escolar, en las universidades populares que imparten televisivamente sus enseñanzas y en organizaciones formativas y educativas de tipo similar. Por otra parte, hay algo así como una función, formativa o no formativa para la consciencia de las personas que la televisión ejerce por sí misma y que, desde luego, no hay más remedio que admitir dado el ingente número de horas que se dedican a verla y escucharla. La investigación, sin embargo, y tal vez sea útil decirlo, aún no ha encontrado hasta la fecha una respuesta específica a la pregunta tan frecuente ¿Qué efecto tiene realmente la televisión sobre las personas?. Tal vez podamos volver a hablar luego sobre ello. Como sociólogo de la cultura he tenido que ocuparme de la televisión, sobre el efecto de las emisiones no programadas explícitamente como formativas, es decir, ante todo sobre las series y obras televisivas. De entrada, quiero dejarlo claro de una vez para que no discutamos sobre cosas acerca de las que no tenemos por qué discutir. Tal vez me esté permitido añadir a ello la observación de que a diferencia de lo que se me ha reprochado repetidas veces, yo no soy enemigo de la televisión como tal. De lo contrario no habría participado en programas televisivos. Mis reticencias afectan más bien al uso que en buena medida se hace de la televisión, porque creo que este medio contribuye, en muchas, cuanto menos, de sus realizaciones concretas, a difundir ideologías y a orientar de un modo falso la consciencia de las personas que la contemplan. Pero sería también el último en negar que el medio televisivo contiene un potencial enorme de cara, precisamente, a la formación cultural en el sentido de la difusión de una información clarificadora. Diría que un punto de partida para una discusión de este tipo podría venir —al menos, para mí— caracterizado por la decisión de mantenerse lejos tanto del modo de pensar de los que alardean de no permitir que entre en su casa una cosa así, como del de los que dicen "Soy un hombre moderno y, en consecuencia, conscientemente superficial", y deciden frecuentar la televisión por considerarla moderna. En principio, lo moderno en la televisión es, sobre todo, la técnica de transmisión, en tanto que el contenido de lo que ahí se muestra es moderno o no, si corresponde o no a una consciencia avanzada. Ésta es precisamente la cuestión que habría que dilucidar críticamente en este contexto.
Ahora bien, pienso que el concepto de información resulta, en principio, más adecuado a la televisión que el de formación cultural, que dudo un poco en utilizar y que no guarda una relación demasiado inmediata o cabal con lo que ocurre en la televisión. Considero también que la información va siempre más allá de la simple transmisión de hechos cuando al contemplarse, por ejemplo, las escenas del Parlamento éstas son vistas realmente en conexión con la forma en que el semanario Der Spiegel* ha tratado el asunto. En la medida, pues, en que no son vistas como caídas del cielo, tiene lugar el aprendizaje de una manera mejor de ver, de una manera de ver capaz de reforzar el juicio político, la capacidad de enjuiciar políticamente, muy superior a la de quien ha escuchado sólo quién sabe cuán largas exposiciones sobre los métodos que han de ser aplicados para que un proyecto de ley se convierta en ley. Por lo demás comparto enteramente la tesis de que habría que enseñar a ver la televisión a los espectadores. Pero, ¿"Cómo convertirse en un buen televidente?". Una vez eliminada, si se me permite hacerlo, la ironía de este título, sin ofender por ello al lector, sigue con todo latiendo en él la cuestión de fondo: cómo hay que ver la televisión para no dejarse engañar, esto es, sin sucumbir a la televisión como ideología. Con otras palabras: la enseñanza no debería proponerse sólo capacitar a los espectadores para elegir lo adecuado, sino que debería desarrollar de entrada sus capacidades críticas; debería poner a las personas en condiciones de desenmascarar ideologías, por ejemplo; debería ponerlas al resguardo de identificaciones falsas y problemáticas, y debería, sobre todo, protegerlas de esa propaganda general a favor del mundo que viene ya inmediatamente dada por la simple forma de estos medios, con anterioridad a todo contenido.
Entonces bien, por "televisión como ideología" entiendo, en principio, simplemente lo que puede constatarse a propósito, sobre todo, de las series televisivas norteamericanas, de las que tampoco faltan, ciertamente, ejemplos entre nosotros. Apunto, en efecto, a su tentativa de inculcar en las personas la falsa consciencia y las deformaciones y ocultaciones de la realidad presentándoles una serie de valores, como tan bellamente suele decirse, de cuya validez positiva-efectiva les persuaden dogmáticamente, en tanto que la formación cultural de la que hablamos debería, por el contrario, capacitarlas para ponderar su problemática y formarse un juicio propio y autónomo al respecto. Más allá de ello hay que contar también con algo así como un carácter ideológico-formal de la televisión, con el desarrollo de una suerte de dependencia de la televisión que acaba haciendo de ella, como también de otros medios, y en realidad ya por su mera existencia, el único contenido de consciencia, y que con la plétora de la oferta desvía a las personas de lo suyo y de lo que realmente les afecta. Contra este segundo carácter ideológico más general de la televisión habría que vacunar, en la medida de lo posible, a las personas, antes de referirse a cualquier otra ideología concreta y determinada, mediante el tipo de iniciación en el uso de la televisión. Lo que hay, naturalmente, que decir al respecto, de modo muy general, es que una institución tan prestigiada por la sociedad como la televisión está, obviamente, comprometida en su ontología hasta los tuétanos con la sociedad. Pero creo que hay que procurar no caer aquí en un pensamiento mecanicista. En la medida, en efecto, en que en la elaboración de los programas intervienen no pocas personas críticas y autónomas, que están incluso en la oposición, resulta posible ir hasta cierto punto más allá de lo que hay y superarlo gracias a relaciones personales especiales y sobre todo, a la competencia técnica de personas que tienen aquí algo que hacer y qué decir. Mientras haya personas que entienden técnicamente mucho de televisión, que perciben que ciertas piezas, de Beckett, por ejemplo, resultan más apropiadas al medio, y que tienen energía como para emitir realmente "La última cinta" de este autor no solo acústica, sino también ópticamente, en lugar de sagas sobre tales o cuales familias lugareñas, que en cada región se llaman, por lo demás, de un modo distinto, podemos confiar en emisiones que superen el nivel general de la televisión existente hasta el momento y que ayuden también a la transformación de la consciencia de las personas. La solidificación relativa de las burocracias en el seno de ciertas instituciones de la industria cultural permite, paradójicamente, a estas instituciones comportarse de modo menos conformista de lo que sería el caso de estar bajo un control inmediato aparentemente democrático Si en regiones infradesarrolladas situadas en medio de países altamente desarrollados los trogloditas salen de sus cuevas gracias a la televisión, yo me sentiría muy feliz por ello. Si he criticado a la televisión, mi crítica no iba contra el hecho, pongamos por caso, de que con la televisión las cuevas de los trogloditas pudieran resultar menos acogedoras, porque prefiero una casa higiénica a una cueva acogedora. Veo el peligro en cosas muy diferentes. Concretamente en que allí donde la televisión parece estar a la altura de los requisitos de la vida moderna, cuando en realidad oculta los problemas mediante arreglos y desplazamientos de acento, se genera siempre falsa consciencia. Que las personas aprendan el amor en la televisión, no me parecería ni siquiera grave, porque de vez en cuando salen en la pequeña pantalla chicas muy guapas, y no veo por qué no tendrían que enamorarse de ellas
jóvenes en la edad de la pubertad. No me parece peligroso. Aunque aprendieran modales eróticos por este medio, no sería ningún inconveniente. Valéry dijo una vez que el amor se aprende realmente en los libros, y lo que vale para los libros también tendría que valer para la televisión. Por otro lado, es probable que quienes se enfrentan a los contenidos televisivos aprendan, eventualmente algunos modales, aunque también de un modo muy externo y superficial, que luego va mucho más lejos, tal como discurren los genuinos procesos formativos, de fuera adentro que al revés, como pretende la ideología. Pero no quiero dejar de indicar también lo que considero el peligro específico. Que es, ciertamente, algo muy vencido del lado del contenido, de modo que no tiene ya nada que ver con el medio técnico. Se trata de esos productos televisivos indeciblemente falaces en los que en apariencia se debaten, discuten y presentan, sí, presuntos problemas, o al menos, como tales calificados, dando la impresión de estar a la altura de los tiempos y de ofrecer a las personas la oportunidad de enfrentarse a cuestiones esenciales. Tales problemas son deformados por la vía de presentarlos como si para todos ellos hubiese un remedio salvífico a mano, como si bastara con que la abuela buena o el bondadoso tío aparecieran por la puerta más próxima para recomponer un matrimonio destrozado. Aquí lo tenemos: el espantoso mundo de los modelos y arquetipos de una "vida sana", que primero dan a las personas una imagen falsa de lo que es la verdadera vida y que les llevan luego a pensar que contradicciones que llegan hasta lo más profundo de nuestra sociedad pueden compensarse y resolverse mediante las relaciones de persona a persona, como si la realidad toda dependiera de las personas. Creo que incluso ante la más suave de estas tendencias a la armonización del mundo hay que reaccionar con el rigor más extremo, y que desenmascarando tales fraudes los intelectuales, tantas veces recriminados por su influencia disolvente, rinden literalmente un servicio a la humanidad.
Quisiera añadir una reflexión estética. No cabe la menor duda de que lo importante en relación con la televisión es oponerse a la ideologización de la vida, y yo sería el último en rebajar la exigencia. Creo, por el contrario, que la radicalizaría. Deberíamos, con todo, precavernos del malentendido de que lo que hemos caracterizado como consciencia de la realidad haya de ser necesariamente producido con los medios de un realismo artístico. Precisamente porque el mundo de esta televisión es una especie de pseudorrealismo, precisamente porque hasta el último aparato telefónico tiene que estar conforme y porque el público pondría en masa el grito en el cielo si en tales o cuales aparatos técnicos aparecieran errores o fallos, es por lo que, contrariamente, en el medio televisivo la posibilidad de generar consciencia de la realidad viene en buena medida vinculada a la renuncia a limitarse a reproducir una vez más, simplemente, la realidad superficial cotidiana visible en la que desarrollamos nuestras vidas. La mendacidad de la que hablábamos antes radica en el hecho de que esa armonización y ese falseamiento de la vida no pueden ser reconocidos por tener lugar entre bastidores. Utilizo la voz "bastidores" aquí en un sentido muy amplio. Parecen ajustarse tan exactamente a la realidad, son tan realistas, que el contrabando de la ideología es introducido furtivamente sin que se note, y las personas saborean el veneno armonizador sin darse siquiera cuenta de la operación de que son objeto. Es más, puede que crean incluso que se comportan a este respecto de un modo realista. Pues bien, es precisamente en este punto donde han de situarse las resistencias.
Quiero llamar también la atención sobre el hecho de que la televisión no debe ser considerada de modo aislado, puesto que no es sino un momento en el sistema global de la actual cultura dirigida de masas, industrialmente condicionada, a la que las personas están expuestas sin tregua en cada revista ilustrada, en cada quiosco de prensa, en innumerables canales de la vida, hasta el punto de que la modelación global de la consciencia y de la subconsciencia únicamente puede desarrollarse a través de la totalidad de estos medios. Mi propuesta sería, realmente, la de atenerse en principio a la figura del material y a su integración y ejercer desde ahí la crítica, sin confiarse en la presunta validez al respecto de los métodos positivistas, o lo que es igual, en que sus efectos sobre las personas sean hic et nunc (aquí y ahora) tan inmediatos como cabría presuponer de acuerdo con el análisis de este texto. Quisiera, para acabar, y si no peco con ello de inmodestia, sacar aún de un modo más unilateral y con toda rapidez un par de conclusiones de nuestra exposición. En el medio técnico de la televisión hasta el momento los contenidos y métodos, y cuanto ello comporta, son, aún, más o menos tradicionales. Desde el punto de vista del medio de comunicación de masas, la tarea a desarrollar sería la siguiente: encontrar contenidos, realizar emisiones que sean adecuadas, por su propia materia, a este medio, en lugar de buscarlos fuera en algún otro sitio. Creo que lo más fructífero de nuestro texto es que todas las cosas a las que nos hemos referido y de las que nos hemos ocupado positivamente, parecen estar en armonía con la especificidad tanto social como tecnológica de este medio de comunicación de masas, y que se oponen todos a los intentos de copiar o difundir luego ulteriormente, tanto en el orden del contenido como en el de la forma, cualesquiera bienes culturales tradicionales. Ahí es donde yo percibiría realmente algo así como un canon, como una pauta de aquello hacia lo que la televisión debe tender en su desarrollo si quiere seguir avanzando a partir del concepto de formación y no recaer, contrariamente, por debajo de él.
Tomado de "Television y Formacion cultural", ADORNO, THEODOR, en EDUCACION PARA LA EMANCIPACION, Conferencias y conversaciones con Hellmut Becker (1959-1969).
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